Algo escéptica, empecé la lectura
de La Trilogía de Nueva York, una de las mayores obras de Paul Auster; nunca había
leído algo de este escritor, pero era un obsequio, “te gustará su narrativa,
es tu estilo” ¡¿mi estilo?! …tardé en abrir el libro, cuando finalmente asumí
el reto, lo que me esperaba sucedió.
Entre líneas ingresé a la Ciudad
de Cristal en Nueva York la ciudad de espacios inagotables, eso me animaba, una
novela negra con buena narrativa. Bajo el nombre de William Wilson, Quinn revelaba
su vida en secreto, de profesión escritor deseaba la incógnita como nunca antes
la había vivido, y fue en ese trascurrir nocturno cuando las llamadas
ingresaron un poco más de las 12 de la noche, una tras otra cada día buscando a
la misma persona, Paul Auster, detective.
Decidido a una renovación, Quinn
aceptó el reto. Peter Stillman había encerrado a su hijo durante años sin
ningún contacto con el exterior, por tal motivo había sido encarcelado y su
hijo en rehabilitación, ya sin posibilidades de recuperarse. El objetivo,
detener a Stillman evitar un acercamiento con su hijo, el daño hecho corría el
riesgo de acrecentarse.
En medio de diálogos que enmarcan
la introspección del autor, desde el análisis interno a la locura desmedida,
Quinn enfrentó a Stillman y el caso se volvió obsesivo a tal punto que nunca
pudo librarse, asumió una responsabilidad a nombre de Auster, se perdió por
completo, el tiempo se había detenido, la vida se había esfumado, la precisión
era lo único que importaba, la historia se volvió oscura.
Aún sin mucho ánimo terminé
Ciudad de Cristal, pensando en los motivos que habían colocado a esta novela
como un hito de la narrativa norteamericana. Lo asumí y me involucré con
Fantasmas, segundo thriller de la trilogía. Entre Azul, Blanco y Negro, la
historia detectivesca continuó con nuevos e interesantes reflejos. La historia
parecía sencilla, pero en el seguir de la trama se descifraba un misterio que,
Azul creía tener controlado, aunque la realidad estaba dirigida a descubrir y
trazar su propio final.
Auster me había atrapado, me
tenía en medio de este cuadro de especulaciones y miedos, dónde insistías en
descubrir el juego de Blanco, la posición de Negro y la presencia de Azul.
Informes iban y venían, el pago prometido estaba presente puntualmente ¿qué
estaba pasando? La locura empezaba a ocupar su sitio en la historia,
envolviendo la cabeza de Azul hasta llevarlo a cometer locuras. “Negro tenía
razón”, dijo. Azul se levantó de la silla, se puso su sombrero y salió por la
puerta, no es seguro que llegue a recuperarse de los sucesos acontecidos en las
noches escritas de esas páginas.
La invitación estaba para La
habitación cerrada, con todo y alfombra roja. Había empezado inquieta, estaba
terminando ensimismada en la novela negra de Paul Auster. Era el último volumen
de esta trilogía, la locura estaba desatada, los límites del autoconocimiento
se habían quebrantado, el azar había condicionado las decisiones finales, era
la historia de búsquedas personales disfrazadas de investigaciones ajenas.
Así en una misma lectura,
aparecían los personajes reunidos de Ciudad de Cristal y Fantasmas. Dos amigos
de infancia, uno perdido con una esposa e hijo, había prometido revelar su obra
con el apoyo de su amigo, el narrador. Una historia enmarcaba la vida de ambos,
hilos de pensamientos, vida, relatos y fracasos. El reto era decidir sobre la
obra del amigo, su destrucción o continuidad como legado.
“Llevo mucho tiempo luchando por
decirle adiós a algo, y esta lucha es lo único que de veras importa. La
historia no está en las palabras; está en la lucha” si el amigo buscaba la
destrucción, sería sólo porque así queríamos que lo hiciera, porque buscamos la
destrucción de nosotros mismos.
Dicen que el escepticismo es el
primer paso a la verdad; había terminado la obra, al principio me había
tropezado, después pude avanzar, ¿qué si era mi estilo?… te respondo con esto:
leí cada página, cada vez con mayor tacto, llegué a la última página justo
cuando el tren salía, había regresado de Nueva York.
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